Hace tres años la joven Laura Teresa Rodríguez cumplía 21 años y celebraba algo muy especial.
No necesariamente festejaba su mayoría de edad, sino que su alegría se debía a su decisión de enclaustrarse de por vida en un convento de clausura.
Las monjas de clausura viven una vida contemplativa, se dedican a orar por el mundo.
Hoy, sor Laura Teresa es una hermana carmelita, tras abrazar a sus padres quizás por última vez e ingresar al convento en Trujillo Alto, Puerto Rico.
"Honestamente yo nunca me imaginé que iba a ser monja", confiesa ahora. "Pero a los 17 años sentí la primera inquietud vocacional, el llamado del Señor, y descubrí que Él me llamaba a ser monja".
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Aunque antes podía disfutar con sus amistades, salir, ir a la playa y todo lo que hacen los jóvenes de su edad, Laura Teresa no se sentía feliz.
"Teniéndolo todo, me sentía tan vacía", afirma.
Hoy lo que la llena es el claustro, un lugar que para las personas sin vocación religiosa se asemeja a una prisión.
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Para estas monjas, estar encerradas tiene un significado muy especial. Para sor Laura, aún teniendo 21 años, vivir tras las rejas nunca le dio miedo.
Ella dice que está acostumbrada a "estar encerrada con Cristo, por Cristo y en Cristo".
"Eso lo cambia todo", explica, pero "es un proceso de adaptación, es un proceso alegre".
Sus padres sólo la pueden visitar una vez al mes durante dos horas y con las rejas de por medio.
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La madre Inés María, hermana del Corazón Eucarístico, profundiza: "En la medida en que nosotras vivimos más el silencio, esa soledad, que es simbólica de estas rejas, más nos metemos en Dios, más podemos alcanzar para las personas que están fuera".
"Al contrario de lo que se piensa, que estamos tras estas rejas separadas del mundo, estamos muy interesadas en lo que pasa en el mundo, para orar por el mundo", agrega.
Otra hermana carmelita lo pone en el contexto actual: "una no tiene el iPhone, no tiene el internet diario, se utiliza pero regulado".
Y aunque el proceso de desapego del mundo no es fácil, se acostumbran e irónicamente se liberan.
"Lo que el Señor me pedía era en realidad lo que más me podía llenar", indica sor Laura Teresa con su perenne sonrisa.
"La radicalidad de la entrega total y absoluta a Él en esta vida era lo que Él quería y ahí sería feliz; verdaderamente lo soy y espero serlo cada vez más".