“En este país lo primero que hay que tener es dinero, cuando tienes dinero tienes poder. Y cuando tienes poder vienen las chicas”. Así se expresaba Tony Montana, el ya legendario personaje interpretado por un magnífico Al Pacino en la película Scarface. Y su frase se atiene rotundamente a la verdad. En el mundo de la mafia, la historia lo ha confirmado. Son numerosos los casos en los que los capos tenían una o varias amantes y su esposa, sabiéndolo, lo permitía.
Entre los casos más renombrados, sólo mencionaremos a modo de ejemplo el de Pablo Escobar. Paty, su esposa, madre de sus dos hijos y amor de su vida, cautivó a Pablo desde la adolescencia y se enamoraron a pesar de la oposición de su familia. El Patrón del Mal podía tener sus deslices con otras mujeres, como con la bella y enigmática Virginia Vallejo, pero nunca descarada o irresponsablemente. Él amaba a su mujer, pero también gozaba frecuentando a otras. A sus ojos, Paty siempre sería su señora y haría lo posible por conservar su matrimonio.
Existen varios factores que colaboraron para que la infidelidad y la poligamia se enquistaran en la mafia.
En primer lugar, y volviendo a mencionar las palabras de Tony Montana, el dinero y el poder siempre insuflan una sensación de omnipotencia y ambición. Hacen creer que todo es posible y que todo les pertenece (o podría pertenecerles: porque todo tiene un precio). Generan la convicción de superioridad, se creen merecedores de derechos especiales que sólo ellos son dignos de gozar. Ante el estrés, el cansancio, los riesgos, peligros y preocupaciones de ser un protagonista de la escena mafiosa internacional, el primer escape, el más placentero, es, por supuesto, el de las mujeres.
No es casualidad que la mafia haya sido en su mayoría con sangre latina: en México, en Colombia, en Estados Unidos, en Italia… ¿Qué tienen los latinos? Los latinos, generalizando, adoran a las mujeres por un lado, y por otro tienen un gran sentido de la familia y la tradición. El resultado es una vida disoluta, pasando de cama en cama, mientras en casa lo espera una esposa fiel, dolida y, muchas veces, temerosa. Es una cultura intrínsecamente machista, en la cual el lugar de las mujeres es, con frecuencia, la cocina, donde preparan la pasta y luego la sirven a toda la familia.
Pero también hay otro tipo de mujeres en la mafia. Son mujeres ambiciosas, que se mueven en las penumbras, con intenciones diabólicas. Se manejan como un alacrán por las noches, deslizándose sin ser vistas. Esas mujeres son, en la mayoría de los casos, las amantes. Pero también hay esposas con esas características. Que consienten la infidelidad de sus maridos para conservar esa vida de excesos, gozar del dinero, los bienes y, por qué no, también de algún ocasional amante. El peligro es que, mientras él se acuesta con quien desea, si ella es descubierta posiblemente terminará en una cuneta o en el baúl de un carro.
Sea por ambición, por miedo o por pretender prolongar la tradición y costumbres, muchas mujeres de mafiosos han consentido a lo largo de la historia las infidelidades de sus cónyuges. Nada, en la mafia, es legítimo: ni el dinero, ni el poder, ni el amor.